viernes, 8 de febrero de 2019

LA CÓRDOBA MEDIEVAL DE MANUEL FERNÁNDEZ

Cardenal González y Caldereros, desde la Puerta de la Pescadería

Manuel Fernandez es uno de los mejores periodistas que tenemos en Córdoba, y de los más cercanos, por lo menos para mí. Ha sido Redactor Jefe durante mucho tiempo en el periódico Córdoba, y es Presidente de hace muchos años de la oficialista Asociación de la Prensa -no sé si son asociados los que no han pasado por el colegio, los sin título-. Considero que es más que periodista, lo considero un literato de categoría. Su trato es exquisito y te da una imagen de una persona aparentemente tímida, pero siempre comprometido. Son muchos los años que lo conozco y siempre ha sido lo mismo, salvo las “nieves del tiempo” que le blanquean pelo y bigote. Nació el mismo día que mi hijo Gabriel, el músico, pero bastantes años antes, 5 de marzo de 1951, y en Villaralto. Su vida es como su propia filosofía de vida, la que ha mantenido a lo largo de los años. Tiene una “fórmula para haber salido relativamente ileso en la vida: ’Caminar sin sentirse superior ni inferior a nadie, ni siquiera al Rey’.” 


Antes y ahora

Tuvo una columna en el periódico, paralela a sus responsabilidades que se llamó Jardal, tan leída en el periódico como las esquelas mortuorias, que son la primera mirada de, sobre todo los que están en el rol de salida. Ahora tiene otra de Opinión, que es la que me ha hecho acordarme de él, cuando habla de la Córdoba bajomedieval. Es el cronista oficial de su pueblo pedrocheño, Villaralto. Creo que eso le llenará de orgullo, ser el notario de la historia de donde uno ha nacido es mucho honor. Tiene muchos premios. No sé si se sacó el carnet de conducir ya, que durante mucho tiempo no tuvo, a mi hijo Paco le pasaba igual, y de golpe y porrazo, mi hijo, se lo sacó de una tacada. Es una buena persona y un extraordinario “relator” de nuestro tiempo. Conmigo fue mediador delicado, cuando un vengativo superior se estaba ensañando con un modesto edil contestatario con el poder. Se lo agradecí mucho, pero como yo tampoco era “superior ni inferior a nadie” aguanté.

Hospital de la Lámpara y Cardenal González

Me dio –él personalmente no, la asociación que presidía-, cariñosamente, un escatológico premio del periodismo cordobés, con silueta de mierda seca “Alpechin 1991”, aquello significó, como era y como iba a ser mi relación con ese periodismo agresivo de titulares vacíos, cuya excepción era el periodismo de cercanía, sensato y de a pie que ha cultivado siempre Manuel y otros. No se puede generalizar, pero hay mucho mediocre en la profesión, no hay nada más que encender cualquier televisión y escuchar, si se tiene estómago, a determinados tertulianos, creo que a unos trescientos euros la diatriba, dependiendo del daño que el consejo de administración estime hacen. Tienen el amparo constitucional de negarse a la línea editorial, pero por otra parte ¿qué profesional que tiene que comer todos los días y más, darle a sus hijos, en una profesión que se aprovecha de los becarios esclavistamente, exponerse a engrosar las listas del paro? Nadie, de ahí su categoría y equilibrio.

El antiguo Don Manuel

Hospital de la Lampara en la calle del Amparo

Dice en su artículo, que versa de como la ciudad cambia y pasan los lugares licenciosos, controlados en aquel entonces por los que obligaban a una moral, salvo quemaduras, a lugares más “normales”. Estimando que aquellos no lo fuesen. El debate de la prostitución tiene mucha cola de siempre, pero los poderes siempre se han aprovechado de ella, de una u otra manera, ahora es el acoso y antes el derecho de pernada, aquello de “cordobés y hombre de bien no puede ser”, pero siempre la utilización de la mujer como elemento de usar y tirar, eso es lo lamentable, no que cada uno haga de su capa un sayo y venda lo que le venga en gana. Mi madre siempre llamaba a las prostitutas casadas las mujeres más fieles. Y yo tenía el tímido conocimiento de que eran muy buenas personas, cuando de niño, me metían en su portal a meterse con mis ojos y pestañas.

Esta parte fue más "noble"

La Puerta de la Pescadería

Llama a la calle -de nombre de Cardenal-: “un espacio casi portuario, paralelo a las aguas del Guadalquivir, que ha convivido siempre con un estigma que señalaba exageradamente con el dedo de la maldición lo que en definitiva no era sino la primera experiencia -normalmente desalentadora y siempre pagada- del aprendizaje del amor. Justo es decir que la historia, con cierta retranca, utilizó la ermita del Amparo -al comienzo de la calle, junto al Arquillo de Calceteros o Puerta de la Pescadería, asentamiento de castellanos nuevos- en el siglo XVI como hospital dedicado a «la curación de mujeres invadidas del venéreo», en el XVIII, «a recogimiento de mujeres perdidas» y, en su día, la Inquisición castigó por una de las callejas portuarias que desembocan en el río a un mal fraile por su licenciosa vida.” Era el recorrido medieval de la gula, la lujuria y como no, el perdón y sin problemas, todos contentos. Pasando antes del perdón por el mercado de la seda en la Alcaicería, para adquirir el regalo conyugal.

La Cruz de Rastro

 El escatológico premio Alpechín de hace casi treinta años

Lean el artículo y otros de este excelente cronista, Manuel Fernández, merecen la pena en estos tiempos de mediocridad política y periodística.

Fotos del autor AMC e Internet
Bibliografía Cordobapedia y Diario Córdoba.

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