lunes, 15 de agosto de 2016

CONCLUYE LA HISTORIA DE DON RODRIGO DE VARGAS, DEL LIBRO DE LOS CASOS RAROS DE CÓRDOBA

La calle Céspedes

Y con esta entrada se acaba la leyenda de D. Rodrigo de Vargas del Libro de los Casos Raros de Córdoba: "La licenciosa Vida de D. Rodrigo de Vargas", "Historia del Paje Luna" y ésta que es el colorín colorado de la leyenda. 

Epílogo

"Conocido por nuestros lectores el pajecillo Luna podemos reanudar la historia de don Rodrigo de Vargas. Encargado el racionero Cortés de la dirección de realizar la venganza que todos anhelaban, creyó que nadie sería tan a propósito como aquél que con gusto cumpliría su juramento de joven, y decidió escribirle una carta, a la cual contestó que vendría a Córdoba a mediados de la próxima Cuaresma, oferta con exactitud cumplida, quedando escondido en la casa del racionero.

El negro esclavo (No es Usain Bolt)

Por este tiempo concedió el papa un jubileo plenisimo que todos se apresuraron a hacer, y un don Andrés de la Cerda, amigo verdadero de don Rodrigo, le aconsejó aprovechara la ocasión de descargarse de tantas culpas como lo abrumaban. Acogió con gusto el consejo, conviniendo en ir juntos a confesarse al día siguiente a la iglesia de los Carmelitas. Mas aquella tarde, viéndolo bajar por la calle de Pedregosa un negro esclavo del racionero Cortés avisó a éste y bien pronto se colocó en la reja para hablarle. Don Rodrigo se paró y dijo que al día siguiente pensaba hacer el jubileo, de lo que fingió alegrarse el malicioso cura, rogándole que en celebridad de su arrepentimiento lo convidaba a la noche siguiente para hacer colación juntos. Aceptó Vargas y marchose tan descuidado, en tanto que su enemigo convocó a las personas contra él confederadas para presenciar lo que allí había de suceder.

Confesión 

Cerda y don Rodrigo hicieron su jubileo. El primero vivía cerca de la casa del racionero y a ella se llegó el segundo antes de ir al convite, rogándole a su amigo, que lo esperaba en la puerta, que cambiase la capa por aquella noche, porque tenía necesidad de acudir a una cita después de tomar la colación y no quería ser conocido. Repugnolo don Andrés de la Cerda, mas al fin accedió al cambio y Vargas bajó la calle, deteniéndolo el racionero, que lo esperaba en su ventana. Hízole entrar, pretextando hacerse tarde, y desde luego lo llevó a una estancia en que estaba la mesa dispuesta, señalándole como asiento el sillón que daba espalda a la puerta de otra habitación, en la cual se habían escondido el capitán Luna con todos los demás confederados contra aquel infeliz caballero. Éste, de buena fe, sentose, y estando en jovial conversación con don Pedro Cortés recibió un terrible golpe en la cabeza, asestado con un venablo por el pajecillo, a quien apenas vio, y que a pesar de la carrera hecha no olvidó el modo alevoso que tenía de quitar de enmedio a los que le estorbaban.

El palo en la cabeza

Don Rodrigo dio un terrible grito de "me han muerto", que, aunque confusamente, oyó desde su casa don Andrés de la Cerda; mas temeroso de que don Rodrigo hubiese hecho alguna de sus hazañas, complicándolo a él por el cambio de la capa, puso de testigos a sus criados de estar en su casa cuando oyeron la voz, y cerró su puerta para no intervenir en cosa alguna. Un matrimonio habitante en la casa frente a la del racionero también oyó el desaforado grito de la víctima, pero en su declaración no pudo fijar el sitio de donde había salido. Muerto don Rodrigo sus asesinos y algunos de sus parientes recogieron la sangre posible en un cubo y con ella fueron manchando muchas esquinas de las calles, y aun se añade ser la idea señalar las casas donde habían sufrido alguna ofensa del muerto, como para significar estar vengada. El cadáver fue envuelto en su capa; pusiéronle los guantes, ciñéronle su espada y con sigilo lo llevaron a la calle del Baño, hoy de Céspedes, dejándolo tendido contra la pared como si estuviese dormido, tanto que don Pedro de Mesa declaró luego que viniendo del campo con más de veinte amigos vieron aquel hombre en el suelo y creyéndolo embriagado siguieron su marcha comentando los efectos de semejante vicio.

D. Rodrigo reliado en su capa

La señora ya viuda de Vargas, que a pesar de sus muchos desaciertos lo quería con exceso, estuvo toda la noche esperando, y viendo por la mañana que aún no había aparecido envió en cuanto amaneció a su criado a preguntar a don Andrés de la Cerda, quien le contó el cambio de la capa e indicó el punto a donde sospechaba hubiese ido. Siguió el criado sus pesquisas, encontrándose en la calle del Baño con el cadáver, cuya vista le produjo tal impresión que empezó a dar grandes gritos de quebranto, volviéndose en busca de don Andrés, quien acudió, y en unión de otros amigos y parientes resolvieron llevarlo a casa del primero, en tanto se preparaba a la desgraciada señora. Hízose así y de allí salió también el entierro, al cual asistieron, para disimular, cuantos habían intervenido en la muerte, menos el capitán Luna, de quien la tradición no vuelve a ocuparse. 

La viuda

Don Andrés de la Cerda y otros parientes de don Rodrigo pudieron descubrir cómo sucedió la muerte de don Rodrigo de Vargas, y dando cuenta a la Justicia, ésta dirigió sus actuaciones contra el racionero Cortés, don Juan de Córdoba, don Alonso de Aguilar, don Alonso Cervantes y otros, sufriendo todos cuatro veces el tormento decretado por los jueces pesquisidores mandados por el rey para seguir esta causa. El único que a fuerza de los dolores dijo alguna cosa fue el negro esclavo de don Pedro Cortés, el que un día amaneció muerto en su calabozo. El ama o criada sufrió nueve veces el tormento, quedando coja y manca, pero sin pronunciar una palabra que diese el menor indicio, por lo que su amo le señaló después una pensión vitalicia. A Cervantes lo maltrataron también mucho porque dentro de un bollo le encontraron un papel en que le aconsejaban sufrir y callar. Por último, el racionero fue reclamado de Roma y los otros de Madrid, donde permanecieron muchos años, y al cabo todos quedaron libres, siendo recibidos en Córdoba con grandes muestras de júbilo, pues si infame era el crimen no eran menos los muchos que se le imputaban al don Rodrigo."

Imágenes de Internet y ninguna de las imágenes está relacionada con la leyenda.
Bibliografía: del libro Casos Raros de la Ciudad de Córdoba.

2 comentarios :

Juan Miranda dijo...

Buenos dias Paco. Y al final, como no, moraleja, ganó la moral y la justicia, en este caso por la propia mano de los agraviados. Y tambien , como no, el que murió fué el negro, vamos que no ha cambiado nada. Me encantan tus publicaciones, la nostalgia de la edad me hace estar leyendo libros relacionados con Cordoba. Ahora estoy leyendo por internet una historia de Cordoba por De las Casa Deza.

Salud y Republica, amigo.

Paco Muñoz dijo...

Muchas gracias Juan:
Siempre gana la moral, aunque la justicia se la tomen por su mano, pero fijate que el dinero solucionaba muchas cuestiones, cuando mató al platero el de la leyenda, le dio dinero a la viuda y todo solucionado. El que aguantaba la tortura y no hablaba le dejaba una pensión.

Ramírez de las Casas Deza,además de historiador era médico, ejerció en varios pueblos de la provincia y murió con 71 años.

Salud y república compañero.