viernes, 20 de junio de 2014

ARTÍCULO SOBRE LAS ERMITAS 1926

Huecograbado de la época

"LAS ERMITAS DE CÓRDOBA 

Si al acercarse el verano con sus ardores buscamos un lugar umbroso o una playa oreada, ¿por qué no hemos de buscar también sanatorios de silencio y casas de baños de soledad cuando algo dentro de nosotros nos demanda aislamiento? 

Visitemos, por ejemplo, las ermitas de Córdoba, que son una fábrica de soledad como no hay otra. En la cima de un monte se hallan las blancas celdas rodeadas de arbustos y árboles severos y de flores que traen a la memoria la flora extática del beato Angélico; fornidos bardales que siguen las quebraduras del terreno, ciñen la frente del monte; su recinto se llama el Desierto. El aroma de Córdoba, balsámico y pertinaz, es aquí más intenso, y plantas bravas le influyen algún dejo punzante, enérgico, tónico que acelera la sangre en las venas, despierta las más hondas ideas, sacude al místico bufón que vagabundea por el cuerpo del hombre, y no obstante, unge los nervios de castidad y de templanza. 

Un cenobita con sayal del color de la tierra abre un portón; entramos. Dos hileras de cipreses ensimismados con su follaje recio, de un verde casi negro, conducen a la iglesuca y al aposento del capellán. En la sacristía se ven dos cuadros que figuran una antetesis dolorosa; es uno la imagen horrenda de una pobre ánima del purgatorio ardiendo en llamas de ocre; en un rincón del lienzo está escrito: Alma en pena. En el otro cuadro se lee: Alma en gracia; representa una mujer tan bella, con unos ojos tan azules, unos cabellos tan augustos y dorados y unos labios tan deleitosos, que a no hallarnos a tamaña altura sobre el nivel del mar y de los instintos, alguna inquietud nos sobrecogería. 

Luego conviene dejarse ir, lasa la voluntad, por el campo austero que se abre en derredor. Las ermitas están desparramadas en la cima, ocultas en la espesura. Cada una tiene su huerto, largo de algunos pasos, ceñido por blanca tapia que se recaía entre las chaparras y las higueras. Cada una tiene un ciprés y una espadaña. 

A poco de estar en semejante lugar, somos transportados a la mansa región de las ideas generales; las pasiones y las querencias de la carne no concluyen nunca, en verdad; tal vez sigan inquietando nuestros cuerpos bajo la tierra, pero aquí se intelectualizan, se convierten en conceptos puros y son más llevaderas. Siempre es menos dolorosa una teoría que un amor. 

Va muriendo la tarde. El silencio es sorprendente; para los que de ordinario vivimos en medio del estruendo ciudadano, un instante de silencio nos suena a algo cristalino que se rompe. Sobre la frente el cielo. Córdoba en lo hondo, prolonga su añejo sopor en brazos del Guadalquivir, el color blanco azulado del caserío favorece la blandura, la discreción del paisaje lejano. Por el contrario, cuanto hay en el recinto de las ermitas tiene esa crispación audaz que ha de hallarse en el rostro del místico al punto de sallar de la oración al éxtasis. 

Se siente caer en torno la llovizna bienhechora del silencio, y elevarse de entre los árboles humaredas de paz. Respíranse emanaciones de supremo idealismo, y al cortar una flor salvaje, nos parece desglosar una palabra de San Juan de la Cruz o de Novalis, y mezclo estos dos nombres porque aquí se está de tal manera por encima de todo, que la ortodoxia y la heterodoxia se entreveen apenas, como dos mulas negras que cruzan ahora, allá abajo, por un camino de plata. El espíritu queda proyectado hacia las últimas preguntas: ¿Qué es la vida? ¿Qué es la muerte? ¿Qué es la felicidad? El rumor casi humano de una campana parladora surge de una espadaña y se esparce en halos armoniosos; es un son blando y acariciador que pasa refrescando el cerebro y produciendo suave angustia, como si una mano de mujer se posara en nuestro pecho y lo oprimiera. Hay en las quietudes de los campos sonidos que despiertan en nosotros cúmulos de sensaciones tan agudas y deliciosamente complicadas, que quisiéramos tener mil oídos y mil orejas para escuchar con lodos ellos aquella nota única. 

Sinagoga

Otra ermita contesta con su campana; después, la capilla más grave da su voz; más tarde, y lejos, habla otra nerviosamente, y luego otra y otra, dulces, tranquilas, ritmosas, balbuceantes; cada una desarrollada bajo el cielo benigno del atardecer el sereno tapiz de meditaciones que ha urdido sobre su soledad el eterno cenobiarca que las tañe. Estos monjes tienen muertas sus viejas lenguas purificadas, y dejan a las campanas que conversen en su lugar. Doscientos cincuenta y tres tañidos debe dar al día cada ermita. ¡Ahí la voz de las campanas de las celdas es una música teológica que echa sobre el pensamiento paños blancos de sosiego. Cerca de nosotros chirrían los goznes de una puerta. De ella sale un ermitaño con su bordón de coro; comienza a andar por una vereda entre los setos espinosos, y se dirige a la capilla. Es un viejo cetrino y alto que al caminar cojea. A seguida, otros solitarios abandonan sus huertos con un bordón igual en sus manos obscuras. Y es una imagen exótica de otros países y tiempos la que ofrecen estos peregrinos de barbas abundosas, haciendo vía aquí y allá por toda la extensión del Desierto; ahora aparecen destacándose ante el cielo como si llegaran de la Tebaida en una nube de oro, y a poco se hunden en un barranco y vuelven a aparecer indecisamente entre los árboles, borrándose sobre la tierra del mismo tono caliente que sus hábitos. ¿Quiénes son estos hombres? Son en su mayor parte, campesinos toscos que, heridos por un súbito fervor, ascienden a este monte, y aquí se olvidan de sí mismos por espacio de algunos años y aún todo el resto de sus días. No hacen votos solemnes de vida monástica. ¿Para qué? ¿A qué dar a su aislamiento el matiz sombrío de una acción irremediable? Visten el sayal, cubren su cabeza con esa extraña monterilla de judío, se ciñen los lomos con un rosario hecho de huesos de aceituna o una ancha correa, dejan crecer sus barbas y enjaulan en una de estas celdillas toda la casa de fieras de sus instintos. Conforme pasa el tiempo, van despojándose de ellos y arrojándolos delante de sí con la ingenuidad, con la lentitud, con la sencillez con que se tiran piedrecillas en un agua muerta. 

En Constantinopla, donde tanto escasea, hay una sociedad de bebedores de agua; quienes la forman reparten sus simpatías entre las aguas de diversas estirpes, y unos prefieren la del Eufrates, porque son biliosos; y otros las del Danubio, porque son linfáticos; o la del Nilo, por afición arqueológica. ¿Qué secretos no sabrán del agua cuando hacen del bebería un arte? De análoga manera, los ermitaños, bebedores de soledad, son grandes entendidos en sosiego. Acaso no mediten mucho, como los catadores sabios no acostumbran beber demasiadamente. Alguno, de entre ellos, ha vivido en todos los lugares apartados y quietos de la tierra; en cada uno ha gustado la soledad ambiente, y por último se ha fijado aquí, por juzgarla la más útil para su vida interior. 

A mis soledades voy; 
de mis soledades vengo... 

decía Lope de Vega. Estos hombres-islas saben más y se están quedos, dejando que las soledades vayan y vengan al través de su espíritu, llevándose en aluvión la escoria de las pasiones. Y así, estos hombres llegan a tener sus almas tan pulidas como cantos rodados, o más bien como huesos enterrados en cal. 

ORTEGA GASSET"

D. José Ortega Gasset (Óleo de Zuloaga)

Y lo llamativo es que este artículo lo escribió D. José Ortega Gasset, (9 de mayo de 1883/18 octubre 1955) en una revista regional de turismo que se llamaba "Andalucía", en 1926. Lo acompañaban una fotografía de la cruz y calavera de las Ermitas y otra de la Sinagoga, que no pega, pero es la que lleva el artículo

José Ortega Gasset el insigne filósofo, que incluso estuvo nominado a Premio Nobel, vivió en su infancia en Córdoba, incluso estuvo en el colegio aquí. Vivía con su familia en la Avenida de Cervantes en el chalet que luego fue de Manolete y lógicamente respiró el ambiente de esa Córdoba.

"Sobre el chalet de la Avd. de Cervantes. (del Blog NotasCordobesas)

El famoso chalet lo construyó Tejón y Marín, un Ingeniero militar, para D. José Ortega Munilla. (Es la foto del cuerpo de la entrada). Éste Sr. vivió varias temporadas en él. Alternaba su trabajo en el Imparcial con la dirección de un periódico local propiedad del Conde de Torres Cabrera. El hijo de D. José fue luego, después de haber pasado su infancia en Córdoba e incluso haber estado en ella en el colegio, el famoso filósofo D. José Ortega y Gasset. Notable ya de por sí la importancia del chalet. Aún no había nacido Manolete ni siquiera.

En 1910, lo compró la familia Cruz Conde, así como los terrenos circundantes en los que construyeron su bodega, que había estado en la calle Deanes, y que después de estar ubicada en los citados terrenos, se trasladó a la Huerta de la Reina. Parte de esos terrenos se ocuparon después para abrir la calle de la Bodega. Me imagino que sería una operación urbanística, pues no es habitual dar nada a cambio de nada.

Manuel Rodríguez compró la casa en 1943, cuatro años antes de su muerte, por 300.000 ptas. de ese tiempo. Ese mismo año le encargó su remodelación al arquitecto Carlos Sáenz de Santamaría. En 1986 se pretendió derribarlo pero la Comisión Provincial de Patrimonio Artístico lo protegió. La foto es después de la reforma, La primera era de la primera construcción de Tejón y Marín. Últimamente lo adquirió la empresa actual Marin Hilinger."

Fotografías y Bibliografía de la Revista Andalucía, Órgano Regional de Turismo
1926

7 comentarios :

PATXI GUERRIKABEITIA dijo...
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PATXI GUERRIKABEITIA dijo...

Buenos días, amigos. Mientras leía pensaba: menudo alarde literario se está tirando nuestro amigo Paco. Luego cuando he tenido que mirar el diccionario para buscar palabras como: sallar y lodos, ya he empezado a dudar más de la cuenta sobre su autoria. Dudaba porque la prosa era demasiado arcaica. Luego he visto de quien era. Tampoco es una cosa del otro mundo, pues dice mucho, y muestra poco. Paco, tú relatas con más clase. En la calle de la Bodega estaba el economato de Renfe al que iba con frecuencia. Muchas veces estaba la puerta de la cochera y veíamos el “Haiga” de Manolete. Como me acordaba del dichoso “Haiga” cuando iba dándole a los pedales del carrillo triciclo que alquilaba en la AV. de Cervantes esquina con la de América. Dicha parada de alquiler estaba al lado del fielato ubicado frente por frente del portón trasero de la Unidad de Ferrocarriles.
Los Carmelitas descalzos siempre han tenido muy buen ojo para ubicar sus eremitorios en los mejores lugares. Dicen que buscando a Dios. Pues sí. Si es que si existe, está allí.
Las bodegas Cruz Conde se trasladaron a las Huerta de la Reina. Concretamente a la calle Marqués de Guadalcazar-mí calle. Recuerdo que el basculero de esas bodegas-no me acuerdo del nombre-es y será la persona que más deprisa sumaba. Hoy habría ganado concursos. También recuerdo, cuando a dichas bodegas fue José Luis Pecker con su programa Cabalgata Fin de Semana, y me cogió en brazos para quitarme del medio, porque como era un trasto estaba en medio de todos los sitios. Tal es así, que cuando estrenaron la película del Cristo de los Faroles, y como acto de propaganda fueron a Graficas Ortega que estaban en la calle Goya justo al lado de la pescadería de Julio Tejero- tío del actor Fernando Tejero-estuvo a punto de arrollarme el coche de caballos donde iba Antonio Molina cuando yo salía de mi casa, como siempre, saltando la acera sin mirar.
P/S Paco, he usado el enlace, y visto el cuadro de Manolete pintado magistralmente por Conchi.

Paco Muñoz dijo...

Gracias por los elogios que estimo son más una muestra de amistad que la realidad.
No me acuerdo del Economato de Renfe y si de la Bodega de Cruz Conde a la que iba con mi padre, con la "damajuana", a por vino blanco de 24, antes me había dejado los ojos en el escaparate de Cervantes de caramelos Hispania (creo que era), allí nos daban unos vales para el canjeo por botellas de Anís la Cordobesa o coñac Solariego para las navidades.
En Cervantes las cocheras de Aucorsa y luego la Fábrica de Cervezas más allá de la calle de la Bodega, en Fray Luis de Granada. Me llamaba la atención mirar por las ventanas de la casa, y había algo que me parecía un dispensario, por lo menos el mármol blanco que recuerdo. No se pero me parece que el encargado de la Bodega entonces era Luna el padre de unos amigos que vivían en la Cuesta de Peramato.
Antonio Molina, muchas escenas se rodaron en la Mezquita, y Molina tenía un mercedes enorme, con visillos en las ventanillas de atrás, y la mujer una "chaturrona" muy vistosa. María de los Ángeles Hortelano muy peinada a lo cordobesa antigua. Sabes que un amigo tenía mucho interés en encontrar el chalet que usaron para rodar en el brillante y no lo hemos encontrado.
Todo se nos mezcla Patxi, lo entrelazado que está todo: Tejero (el actor), Pecker, etc..
Conchi pintó dos parecidos; uno está en el Museo de Villa del Río y otro en la Casa de Andalucía de Zaragoza.
Muchas gracias y un abrazo.

p dijo...

Buenas tardes amigos. Paco, tengo entendido que al Chalet que te refieres, era uno de dos plantas"torre" que había subiendo el Brillante a mano izquierda muy cerca del puentecillo. Bueno, eso se comentó. Un abrazo

Paco Muñoz dijo...

Pero no sabemos el sitio exacto y si está aún. Mi amigo es un fenómeno del cine en Córdoba y le gustaría saber el sitio exacto. Recuerdo que tenía una escalera de entrada me parece. Muchas gracias de todos modos. Un abrazo.

Rafael Arjona dijo...

Hola, Paco:
Después de un par de semanas médicamente ajetreadas en las que apenas he tenido tiempo de entrar en algunos momentos en Facebook, me encuentro con el artículo de Ortega que reproduces, una verdadera delicia y me siento de nuevo en mi sitio. Gracias por tan oportuna reproducción. Del artículo, sin embargo, hay una cosa que me extraña: la mención de las flores. Yo tenía entendido, porque así lo dice la tradición, que cuando los ermitaños se instalaron en sus ermitas en diez leguas a la redonda no había quedado ni una sola flor. Pero quizás la tradición es falsa o yo no me he enterado bien de ella.
Un abrazo

Paco Muñoz dijo...

Rafael muchas gracias y no sé de que van los problemas médicos, a Conchi le he preguntado varias veces que si sabía de ti, y me ha dicho que estabas un poco retirado pero no desaparecido, lo que me tranquilizó. A mí también me gustó cuando lo encontré, y ese detalle de las flores lo desconozco, no lo había leído nunca, es la verdad, pero habría que mirarlo. También puede referirse a las silvestres "arbustos y árboles severos y de flores que traen a la memoria la flora extática del beato Angélico;", no lo sé. He tenido la suerte de poder corretear todo el recinto interior y tiene algunos paseos preciosos, no he entrado en la hospedería. Un abrazo.