sábado, 5 de septiembre de 2009

UN APRETÓN DE VIENTRE QUE PUDO COSTAR UNA GABARDINA

Urinarios de caballeros de la Tendillas, por los años setenta

El chaval caminaba por la calle Jesús María a la altura del cine Góngora, en dirección a las Tendillas. Estrenaba una gabardina de dos tallas más, por aquello de que estaba en la edad del crecimiento, y debía de servir unos años, no era normal tener una gabardina y mucho menos tener una todos los años. Por esa razón tenía dos vueltas en las mangas, por lo del "estirazón". Se paró en la puerta del cine Góngora.

El cine Góngora era un cine muy moderno para su tiempo. Hasta hace poco lo ha sido. Se construyó sobre el antiguo convento de Jesús María, entre el 1929 y 1932, por un joven arquitecto madrileño, que terminó la carrera en 1923 llamado Luis Gutiérrez Soto, al que sus compañeros le apodaban Pichichi por su afición y posiblemente habilidades futbolísticas. Hacia unos días había estado viendo en él, con sus padres, Gigante, de Rock Hudson, la bellísima Liz Taylor y el malogrado James Dean, en uno de los palcos cubiertos del final del anfiteatro. La película era larga, y la comida iba en una fiambrera para poder soportar el metraje.

Calle Jesús Maria y cine Góngora una vez quitado el tacón.

Siguió mirando el cartel, y pensó en la habilidad y el arte de los pintores de las carteleras. Alguna vez los había visto trabajar y el modelo era el programa de mano. Este era un elemento habitual de publicidad, en la fachadas de los cines, independientemente de los programas de mano, deseo de los coleccionistas a posteriori. Mi primo tenía una gran colección de ellos, que seguro tiró, pero que serían ahora unos documentos apreciables. Otros coleccionaban los emblemas de Auxilio Social, ese impuesto voluntario-obligatorio que se pagaba con la entrada.

El olor de la cerveza y a berberechos del bar Correo, impregnaba la entrada a la Plaza de José Antonio Primo de Rivera -aún no se llamaba nuevamente de las Tendillas, aunque el pueblo no lo había olvidado-. Nunca supo el chaval, si bien por la asistencia a la boda de Luis, el de Juana la Jeringuera, el del bigotito, amigo de su primo Cándido, y que se celebró el día anterior en la terraza de la Sociedad de Plateros de la calle María Auxiliadora, o bien por culpa de cualquier otra comida, le sonaron insistentemente las tripas. La inminencia que se presentaba era complicada. Era una urgencia intestinal en toda regla. El esfínter estaba haciendo un trabajo extra. No sabía cuánto tiempo podría soportar la presión.

Cartel de Gigante

¿Qué hacer? ¡Ir a los retretes públicos de la Plaza! esos que asemejaban a las entradas de metro de las capitales importantes. Eran subterráneos. Tenían un solo tramo de escaleras. Había uno a cada lado de la plaza, el de la acera de Telefónica de señoras, y el de la acera de Pañerías Modernas, de caballeros. La luz además de la artificial, la recibían por un techo acristalado. La entrada estaba rodeada de una baranda de hierro. Luego, muchos años después, a cada baranda se adosó un puesto de palomitas de maíz. Allí se dirigió, bajó las escaleras apresurado y, todos los servicios estaban ocupados, además había gente esperando, ¿pero... uno, que suerte! estaba abierto y vacío. ¿Por qué no lo usaban los que esperaban? No se preguntó nada más. La urgencia era mayor a cada momento y sin pensarlo entro en el retrete abierto. Se quitó la gabardina y la colgó de una percha. La satisfacción después de los apuros intestinales, es inenarrable. Qué bien funciona la naturaleza, te pone en ascuas, te genera una emergencia y luego una vez superada te premia con ese sosiego posterior.

Urinarios de las Tendillas (Caballeros), Pañerías Modernas, La Malagueña y el puesto de las Palomitas

Una vez cumplido el ritual, se prestó a salir, pero cuál sería su sorpresa que el señor que ejercía las funciones de guarda de los servicios públicos, le exigió el pago de 0,50 céntimos de peseta.

- ¡Oye tú. Que tienes que pagar dos reales! -dijo el guarda a voces.

Como todas las cosas en la vida tienen su explicación, esta era la de la espera de los clientes a que se desocuparan los otros retretes, y este estaba vacío porque era de pago. Cosa curiosa que nunca comprendió el niño después. Pero ¿Cómo iba a pagarle lo que le exigía el guarda si no tenía nada, en el bolsillo? ¡Cincuenta céntimos! Era el importe de la entrada de cine en las gradas de la Plaza de Toros de Los Tejares. ¡Qué barbaridad!

Calle Jesús y María, a la derecha Merceria Lubi, enfrente Almacenes Encarnita.

-No tengo ese dinero señor. -le dijo en un tono un poco lastimero. -Yo no sabía que este retrete era de pago. -continuó.

-A mí eso no me importa, de aquí no te vas hasta que no me pagues. -dijo cogiéndolo del brazo.

-Déjeme que vaya a mi casa y ahora vuelvo con el dinero. -le replicó.

-Sí, que tú te crees que soy tonto. Si te vas ya no vuelves. -dijo apretándole aún más el brazo hasta conseguir hacerle daño.

Urinarios del Campo de la Merced (Señoras).

Al guarda, de momento se conoce que le vino una idea a la cabeza, que vislumbró sin saberlo, lo que en el argot bancario es una hipoteca con prenda, o un empeño, en este caso forzado y, en un rápido movimiento le quitó la gabardina, diciéndole:

-¡Ea!, ahora si puedes irte. Me quedo con la gabardina y hasta que no me traigas los dos reales no te la doy. -dijo con cara de satisfacción por la idea.

Al niño se le quedó una extraña cara de impotencia. La primera cosa que pensó fue pegarle un tirón de la gabardina y correr escaleras arriba, pero ya la había puesto a buen recaudo, y aunque era un hombre pequeño, era un adulto y él era un niño.

- ¡Pero oiga señor...! -trató de hacerle comprender.

-¡Nada de nada, que aquí estoy hasta las dos de la tarde, y si no vienes tendría que ser mañana! -sentenció.

Urinarios del Campo de la Merced (caballeros)

El niño con cara de haba, pues no se le puede poner a uno otra. Subió las escaleras pensando en volver a su casa a conseguir los dos reales y poder recuperar su prenda. Al salir sin gabardina se notaba el frio de la calle. Volvió sobre sus pasos y, nuevamente el olor a berberechos y cerveza, la pequeña pasamanería de Lubi, el cine Góngora, Almacenes Encarnita, el antiguo edificio de Correos, el que tenía el león de buzón. Ahora ni miró siquiera la cartelera, ensimismado en su gran problema. El Bar Guerrero. En el Bar Guerrero en ese tiempo, ocurrió un caso que fue llamativo. Parece ser que la mujer del tabernero tenía un amante, y en cierta ocasión cuando estaba con él, entró el tabernero a la casa, forcejeó éste con quien le había quitado la honra, y en la pelea el ultrajador le mordió en la oreja cortándole un trozo. Desde entonces el mote, "media oreja". Ese bar se trasladó después al Gran Capitán. Más abajo del bar, el estanco y el fotógrafo.

Aunque se había acordado el niño del episodio brevemente, el problema seguía. Pero..., cuando llegó casi a la esquina de Santa Marta, que estaba en el tacón con la calle Rodríguez Sánchez, y que años después desapareció, mira por donde apareció su tía Antonia, como caída del cielo, bueno es un decir. Los besos de rigor y la cara de circunstancias.

Urinarios del Campo de la Merced (caballeros)

-¿Qué te pasa sobrino? -le preguntó al ver la cara compungida que tenía.

-Tita que me entro dolor de tripas y entré en los retretes de la Plaza y... -le explicó detalladamente lo ocurrido.

-Bueno voy contigo a ver qué pasa con ese tío.

-No tita no es necesario, sólo me hacen falta dos reales para recuperar la gabardina.

Sabía que su tía, que triplicaba en peso el del guarda, sí triplicaba, y que siempre era tranquila, las gastaba mal cuando se cabreaba. Por fin consiguió que sacara el monedero y le diera los dos reales, la clásica moneda de cincuenta céntimos con el agujero central, que algunos "quíes" la cosían a la correa. También había otra con agujero de a real, 025 céntimos de peseta.

-Gracias tita, un beso. -le dijo, cambiándole la cara y dejándola continuar su camino volviendo él nuevamente hacia la plaza corriendo a pagarle al individuo.

-¿Qué pronto has vuelto, eso sería que tenías el dinero y lo que no querías es pagarme?. -dijo el mal encarado individuo.

-Deme mi gabardina señor y tomé sus dos reales. -le contestó sin hacer caso a la observación, pero pensando para su interior, -Esté tío es un hijo de puta.

Cogió la gabardina se la puso y salió nuevamente a la calle. En la puerta de David Rico se encontró nuevamente a su tía Antonia. Había sido todo muy rápido y su tía caminaba lento.

-Tita ya está todo resuelto, me voy para mi casa. Un beso.

-Adiós. Que tengas cuidado con los coches. -dijo Antonia después de besar al niño. Los coches, si pasaba uno de vez en cuando.

Urinarios del Campo de la Merced (caballeros)

El niño siguió su camino Jesús María abajo, pensando en el episodio más de Frank Kafka que de esta ciudad -bueno el niño no pensó lo de Kafka desde luego, pero es lo que pega-. Él siguió calle abajo, tuvo que remangarse nuevamente una manga, a la que con el ajetreo se le había quitado los dos dobleces y se le perdía la mano en ella, como si estuviera manco. El Conservatorio a la izquierda. Los Futbolines, a la derecha, La droguería y Genaro el relojero enfrente. Las Oficinas de la Casa de Carbonell, y el busto en su patio del fundador de la empresa, esculpido por Mateo Inurria -lo de Mateo Inurria tampoco lo sabía-. Fidela delante a la izquierda. Pío Gómez a la derecha. En la esquina de Barroso, la lápida conmemorativa del único caído del bando faccioso en esta capital. Seguro que su muerte fue una casualidad, estar donde no debiera en el momento que no debiera también. Blanco Belmonte, Ricardo de Montis y su casa de paso, y la torre de la Mezquita al fondo.

Ya había pasado todo, hay que ver la de acontecimientos que se suceden en la vida por un simple apretón de vientre. Y los riesgos que se pueden correr.

Un simple apretón de vientre te puede costar una gabardina.

Fotografías: de Werrybee  del autor y del AMC
Bibliografía del recuerdo.

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