viernes, 11 de marzo de 2011

MANUEL ORTAS CASTILLA, "LA MUTACIÓN".



Como ayer tocó un libro científico, hoy toca uno de ficción. “El Ángel Negro” de Manuel Ortas Castilla. Después de la presentación del libro de ayer, de Fernando Penco, sucedió lo mejor de las presentaciones y que también opino es igual que en las entradas de los blog, los comentarios. La copa de rigor y la tertulia. El disfrute de ver amigos a los que aprecias y hace años que no ves, como Juan Estévez responsable de debates del Ateneo, o Aroca de la Academia, o a Perea del Ateneo. Como decía ya al final quedamos Manuel (quien nos ocupa), Jerónimo Sánchez, arqueólogo, Paco Madrigal un artista de la fotografía, y yo. Anécdotas, recordar cosas y sobre todo aprender muchas más. Manuel Ortas polifacético, funcionario pobre como yo –dicho esto para aquel que piense que ser funcionario es una panacea-, pero con un currículo de garantía. 

Manuel Ortas Castilla

Dice su página de él en la web del Ateneo, en su primer párrafo: “Nace en Córdoba el 7 de mayo de 1964, día emblemático en la ciudad pues en esa misma fecha, varios siglos antes, el Arcángel San Rafael se presentó al Padre Roelas para asegurarle que protegería la urbe de la epidemia de peste que asolaba Europa, motivo por el cual, después de cumplir su promesa, fue nombrado en agradecimiento, arcángel custodio (una calle en Ciudad Jardín recuerda tan magna fecha).párrafo:”, año también en el que salió petróleo en Valdeajos, murió Juanito Barazona, etc. etc. 

Entre charla y charla, acabamos en el aparcamiento de Bodegas Campos, y le recordé a Manuel mi pesar por no haber estado en la presentación de uno de sus libros, el que hoy trato de homenajear, y ni corto ni perezoso me regaló un ejemplar y además me lo dedicó. En la dedicatoria, que casi nunca se merece el dedicado dice “a un tío polifacético y genial”, pero la genialidad la suya una vez leido de una sentada su libro. Una serie de relatos cortos de ficción que, según la definición del autor “reflejan la soledad del ser humano en el supremo instante de existir”. A cual más sorprendente. El libro tiene el nº 55 de la “Colección Arca del Ateneo”, y de él me he permitido publicar aquí el que se llama “La mutación” y que obtuvo el 1º Premio del VIII Certamen “Sebastián Cuevas de relato corto” 2007.  Es un homenaje a la mujer en fechas o tiempos en los que se habla de ellas demasiado en los telediarios, casi siempre trágicamente. 

Disfrútenlo.


"LA MUTACIÓN.

La señora Sevein cerró los ojos. llevaba cuatro horas seguidas trabajando en su casa, en lo que su marido decía que eran las "labores propias de su sexo". La señora Sevein tenía 42 años, conservaba una figura envidiable que hacía que muchos hombres la miraran de reojo por la calle. con evidentes aires de lascivia. Muchos hombres menos su marido, el cual prestaba más atención a las labores propias de su sexo, esto es, el fútbol, las cervezas con los amigos y su coche, un "todo terreno" de color rojo, al cual. (la señora Sevein estaba segura de ello) tenía en más estima que a ella misma.

La señora Sevein había salido a las seis de la tarde después de una agotadora jornada de diez horas de trabajo. con apenas una pausa de veinte minutos para comer. Había recogido a los dos niños del colegio, donde se había entrevistado con el tutor del mayor. un pequeño delincuente metido a pintor callejero. La última hazaña del angelito había consistido en vaciar diligentemente tres botes de pintura en spray en los servicios. La señora Sevein tuvo que aguantar la charla del tutor. toda enrojecida por la vergüenza que le subía desde los pies hasta su rostro, en cual parecía un campo de lozanas amapolas. Ni que decir tiene que tuvo que hacerse cargo. además, de la factura de la limpieza de la obra pictórica de su retoño.

De camino hacia su casa había invertido una hora en hacer la compra de la semana. Hacia las ocho de la tarde llegaba por fin a su domicilio y se aprestó a encargarse de la limpieza de las habitaciones. al planchado de la ropa. la elaboración de la comida del día siguiente. la supervisión de las tareas de los niños y el baño de éstos. Por fin a la una de la madrugada se sentó en un sillón y cerró los ojos. Le dolían los párpados. tenía los pies hinchados y la cabeza le martilleaba con un dolor punzante. Los niños dormían plácidamente. En el silencio de la noche un dulce sopor empezó a rodearla, haciéndole sentir como si flotase por la habitación. Fue entonces cuando escuchó el ruido de las llaves en la cerradura y volvió bruscamente a la consciencia. Su marido entró en la habitación. Un repugnante olor a tabaco y alcohol le envolvía por completo. Su esposo trabajaba en una oficina y salía a las tres de la tarde, pero se había parado -como casi siempre- a tomarse unas cervezas con los amigos.

—Déjame el sillón, que vengo molido, han cambiado los taburetes del bar y han puesto unos que son incomodísimos, de verdad que no te imaginas el enorme suplicio que es estar en una postura incómoda tantas horas. -Dijo el marido entre balbuceos entrecortados, haciendo un ímprobo esfuerzo por mantener el equilibrio.

La señora Sevein abrió los ojos, pensó en clavarle un cuchillo en el corazón o mejor rebanarle el cuello a la altura de la nuez, pero optó por dirigirse al dormitorio en silencio.

—¿Ya te vas? ¿No me vas a calentar la comida? Bueno, ya lo hago yo, para que luego te quejes de que no te echo una mano, mujer. -Farfullo el señor Sevein con tono condescendiente.

La señora Sevein se acostó en la cama, se subió el embozo y muy tapada empezó a pensar que le gustaría ser hombre, que le Gustaría mutar por la noche, en unas cuantas horas. Pensó que cuando el sol clareara en el horizonte, sus firmes pechos hubieran desaparecido, total ¿para qué los quería si nadie se los acariciaba? Su pelo se acortaría y entre las piernas desaparecía la abertura que tenía y en su lugar crecería una enorme protuberancia, no como la que tenía su marido, que prácticamente no le servía para nada.

El señor Sevein comió solo una pequeña porción de comida, las múltiples cervezas que había ingerido le habían quitado el apetito. Dejó el plato sobre la mesa, ya lo quitaría su mujer por la mañana antes de irse a trabajar, pensó. Se sirvió un generoso whisky y puso la televisión, no podía dejar de pensar en los malditos taburetes del bar, que le habían provocado un molesto dolor de espalda.

La señora Sevein se quedó pronto dormida con la idea fija de mutar esa noche, estaba convencida de que pos la mañana sería otra persona. El señor Sevein se acostó a eso de las tres de la madrugada, después de ingerir unos cuantos whiskys más. Cuando le sonó el despertador a las siete en punto, tocó a su mujer en el hombro para que se levantara a prepararle el café, como cada mañana. Nada más rozar su piel apartó la mano inmediatamente, la había notado fría como un témpano de hielo. Se alarmó y sobresaltado comprobó que su esposa no respiraba. La señora Sevein lo había logrado, había mutado al fin. Seguí siendo mujer, una mujer preciosa, pero ya no era esclava. La mutación que tanto deseaba le había traído un regalo inesperado: la libertad."

Foto de la Web del Ateneo y texto del libro el "Angel Negro"

6 comentarios :

alberto dijo...

Me encanta el libro de Manuel Ortas "El Ángel negro". Recuerdo la tarde de la presentación, rodeado de amigos a los que siempre es un placer ver y con los que me encantó charlar un rato. Guardo un ejemplar de su libro en un sitio privilegiado de mi biblioteca y me encantan sus relatos, breves e intensísimos. Están cargados de belleza y humanidad (así se titula uno de ellos, humanidad). Retratan la condición humana, la muerte, la soledad, el olvido... Me parece muy interesante pero si sus relatos son así, más apasionante resulta aún la persona: Manolo es sensato, cercano, inteligente y serenamente afectivo. Un abrazo desde aquí y a ver si nos vemos pronto.

Paco Muñoz dijo...

Gracias Alberto

A mi me ha gustado mucho también pero me ha dejado cogiendo moscas, como se dice vulgarmente. Coincido plenamente contigo en tu descripción de Manolo, la gente que lo conoce creo que opinará lo mismo.

Un abrazo

Jerónimo Sánchez dijo...

... y me permito añadir una característica más de Manolo: su enorme generosidad... es un orgullo tener amigos como él, y como vosotros...

Paco Muñoz dijo...

Coincido plenamente Jerónimo.

Saludos

Anónimo dijo...

Yo también he disfrutado mucho de este libro que tengo la suerte de haber leído; su autor es capaz de transportarte a fotografías vivas de vidas anónimas que pasan por nuestro lado sin que les prestemos atención, dándole además toques de un oscurantismo realista y terrible. ¡¡Lo recomiendo!!

Paco Muñoz dijo...

Anónimo

Es cierto es estremecedor en muchas ocasiones, es una buena pluma Manolo.

Saludos