viernes, 12 de enero de 2018

CÓRDOBA EN EL TIEMPO, MÍNIMA DE UNA LEYENDA, SOBRE QUITAPESARES DE FRANCISCO CARRASCO

La cruz de Quitapesares (foto Fco. Carrasco)

Desde que mi amigo Antonio Lucena me comentó que su abuelo, que fue encargado en Quitapesares, había comentado con Francisco Carrasco lo que él conocía de la historia de amor de los propietarios, con categoría de leyenda desde luego, de trasmisión oral, no he parado de buscar el artículo del "Poeta de los Arroyos" cordobeses, hasta que la profesionalidad del personal de la Biblioteca Provincial esta mañana de once de enero de 2018, con muy pocos datos dieron con él.

Fotografías al canto, de la revista Córdoba en Mayo de 1981, nada menos que hace treinta y siete años. La verdad es que es una delicia la prosa de Carrasco, que no abandona su poesía en ninguno de sus párrafos, y deliciosamente dibuja el entorno que, para el que lo conozca le parecerá aún más bello plasmado en la escritura, en el papel. Magnifica el cenotafio de Quitapesares y lo dibuja hace casi cuatro décadas, cuando aún, a lo mejor todavía la ruina no había entrada en la hacienda.

Tenía la esperanza que hubiera conocido la lápida y sabido del texto que tenía esculpido, pero no ha sido así, y tenemos que dar por válido el que me facilitó gentilmente una nieta de Pilar -esposa de un buen amigo-, la sobrina heredera. "¡Lejos de aquí! no turbe ajena planta/ el sagrado lugar de mi memoria;/ la cruz que aquí mi corazón levanta/ recuerda de mi amor la triste historia./ Ella es de su hijo y de su madre santa/ lazo entre el mundo y la celeste gloria./ ¡Apartaos, respetad mis desvaríos,/ los secretos de aquí son sólo míos!"

Aún a pesar de que Francisco Carrasco no me firmó su libro, en el día de su homenaje, no puedo menos que manifestar mi admiración hacia él. No sería su día seguramente, o tendrá ese genio habitualmente, que sé yo. Además debo agradecer que se llamase Carrasco y no fuese Fernando Fernán Gómez ya que su negativa y desdén, en el fondo no fue tan escatológica..


"CÓRDOBA EN EL TIEMPO
Mínimas de una Leyenda
Por Francisco Carrasco

Apenas un estrecho recinto circular, de no más de dos metros de diámetro, cerrado en tapia de piedra de acarreo a un metro de altura. Dos bien construidas pilastras de ladrillo, rematadas en pirámide, de algo más de un metro, sirven de acceso a aquel cerramiento, cuyo estado de ruina, denuncia una enorme lejanía en años de olvido. En piadosa soledad, unos desarraigados almendros, cobijo de carboneros y herrerillos, dan testimonio inquietante del asumido abandono de aquel desolado lugar, en medio del cual en mística actitud -como gritos clavados en el tiempo- unos enhiestos cipreses llaman la atención del ocasional pasajero de aquel serrano paraje cordobés. En el centro absoluto, equidistante, del cerramiento misterioso de destaca una baza o muro del mismo material de fábrica, como de un metro de altura sustentando una esbelta cruz de hierro de muy sencilla traza, en cuya cara sur hay vestigios -según cuatro taladros o agujeros- de que hubo allí una lápida testimonial de algún suceso insólito. Hasta este extraño conjunto se llega a través de una senda todavía bien localizada a pesar del deterioro de los años, que a finales de siglo pudo ser un romántico paseo transitado de lilas y rosalillos silvestres. Hay restos de unos bancos de piedra con huellas familiares, recamados en alegóricos medallones de cerámica, de gusto modernista a cuyas cabeceras, como dosel augusto subía la celinda proclamando su reino.

Dominios del naranjo, junto a la vieja alberca con albercón contiguo que acaso fueron encubridores de una vieja querella de amores contrariados.

Misericordia distraída de tiempo y su ruina, en tullas y durillos de entorno donde ardieron las máscara del arrepentimiento. La senda que desciende, viene en su persistencia temporal de una cercana prominiscencia del terreno, donde la humildad de la piedra de cantera y el ladrillo gritan en montones su olvido, que en otros días felices fueron sostén y apoyo de la casa o heredad, un caserón antiguo del siglo XIX con herrajes de época y balconcillos labrados, ya desaparecido, durando en el silencio de aquel aire dormido como el latido humano de un festón de recuerdos. Custodian el entorno las domésticas pilas lavadero de piedra ya carcomidos rostros en el lento ejercicio del tiempo. Sigue el camino arriba, pasa por San León -ahora nuestra Señora de la Fuensanta- fingido y memoria de almazara en piedra circular, de sueño centenario que desmiente la entrada. Al pie mismo de la que llamamos la Mesa de San León hay una sima medio ciega con un sillar labrado en la misma roca a modo de descanso todo muy propiciado por los sucesivos derrumbamientos de los climas, que fue cobijo ascético de un solitario de la sierra.



Desde allí Cinco Pollos con la mañana alta, aromada de espliego. Las Unidas por el agua, en comunidad de partícipes que en la Jurada tuvo rigor de plebiscito de buena voluntad. La Huerta de los Arcos, donde el ensueño intuye capiteles y fustes con pompa califal de gusto decadente. Los Dolores, encinta de la acacia mimosa, la leve sensitiva recatada en sus oros.

Desde la Huerta Chica, Córdoba casi en vilo cuelga de la mañana. Cerca Melero Alto humildemente asume su condición futura hacia el olvido, no obstante erguir con encono su pasado venturoso bajo el dintel de froda de la alta araucaria. Un viejo cenador, abrumado en vigilias de orín y tiempo adverso que la audaz boungainvillea compartiera con liviana lisonja de Grilo fragilísimo. Arriba la patera de hábito familiar. El Paseo Pendiente, de donde descolgaban dragoncillos y prímulas su agonía romántica.

Una vieja leyenda guardada en el encomio de los años, austera, nos refiere que, cierta tarde lluviosa del otoño, un discreto carruaje, mimetizado casi en la opacidad del paisaje, sube la reticente cuestecilla que lleva hasta la hacienda. Los caballos clavan la crispante vaguedad de su esfuerzo, amortiguado el choque metálico de sus herrajes en la piadosa túnica de hojas de los chopos que ponen el camino en olor de abandono. El agua desgajada de la tarde, desborda la calzada de guijarros, agobiados de musgo, formando en los salientes de las piedras, pequeñas cataratas de espuma. El silencio pone un matiz melancólico en el temblor de cada hoja del pequeño bosquecillo de castaños que contorna la pendiente. Los olivos descuelgan su nostalgia fragante, traspasada por el blanco pañuelo de la lluvia.

Dos figuras humanas, acaso entes de misterio bajan de aquel carruaje enigma, se detienen un instante, como dubitativos, cambian unas palabras de inquietud constreñida y reanudan el paso adentrándose en escorzo como fundidos en la bruma del entorno por el tenue bosquecillo de lilas y rosales. Llegan hasta el sugestivo ámbito funerario que preside una sencilla cruz de hierro, ante la cual, aquel hombre había meditado y decidido su gesto irrenunciable.

Señaló a su esposa que le acompañaba, aquella voluntad de panteón y con firmeza le expresó se juramento de repudio, considerándola desde aquel momento, sublime, allí sepultada sentimentalmente y por el resto de sus días.

Aquella hacienda pasó a llamarse desde entonces, "Quitapesares".

ALGUNAS ENTRADAS DEL BLOG SOBRE EL ENTORNO

Fotos de Francisco Carrasco
Bibliografía del artículo de Fco. Carrasco de la Revista Córdoba en Mayo de 1981

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