viernes, 2 de noviembre de 2012

FIESTAS Y MERCADOS DE LA CORDOBA MEDIEVAL


Real Privilegio que concedió al Concejo de Córdoba el rey Sancho IV, 5/8/1284
(fotografía AMCO)

El Archivo Municipal de Córdoba es una joya, incluida la profesionalidad de su personal como es lógico. Ya lo he mencionado en otras ocasiones y no repararé en hacerlo todas las veces que pueda. Cualquier necesidad que tienes de algún tipo de documento o información, procuran satisfacerla ampliamente, aconsejándote como encontrarlo y ayudándote a ello. Hace unos días tuve necesidad de comprobarlo nuevamente con la búsqueda del proyecto de construcción de una vivienda del año 1970, para conseguir el plano de saneamientos.

Al hilo de esta investigación, tuve ocasión de visualizar el Real Privilegio que concedió al Concejo de Córdoba el rey Sancho IV, allá por el 5 de agosto de 1284, en el que concedía a la ciudad, la posibilidad de celebrar dos ferias al año. Cuestión que hemos tenido hasta hace pocos años con las ferias de mayo y septiembre, y que la segunda, cuando desapareció, pasó a revalorizar la Velada de la Fuensanta.

Feria significaba, cuando Córdoba era la Corduba romana, solemnidad, fiesta, días de asueto para asistir a los cultos religiosos. Lo que a su vez conllevaba la cercanía de los mercaderes como consecuencia de la afluencia de público a los actos. Feria, si miramos en el RAE significa muchas cosas, pero esencialmente comprar o vender productos. En tiempos pretéritos, en el siglo XIII, fecha del Real Privilegio, era la forma de poder vender con la protección real los productos. Poder viajar a la feria con algo más de seguridad en los peligrosos caminos, ya que se incrementaba la seguridad para ello, además de tener una posibilidad de pagar algo de menos impuestos.

Como consecuencia de la aglomeración de personal, el comer, el beber y otros placeres, eran elementos adicionales a la feria. Es decir las transacciones comerciales daban dinero y con dinero el gozo estaba servido. La citada concesión real, permitía en Córdoba dos ferias, una el día de cincuesma, o lo que es lo mismo cuando la Pascua del Espíritu Santo, el pentecostés, cincuenta días después del domingo de Resurrección, y la otra el primer día de cuaresma, o lo que es lo mismo cuarenta días después del miércoles de ceniza. Estas eran fiestas movibles acordes con el calendario litúrgico. Pero luego, con el tiempo se asentaron en finales de mayo y mediados de septiembre.

El privilegio dice:

“(...) Por/ facer bien e merced al Concejo de/ Cordoba e por muchos servicios que me an fecho tengo por bien/ que fagan feria en Cordoba dos/ veces en el año tal una que comience el dia de Cincuesma e la otra/ primero dia de quaresma e que du/re cada feria quince días. E cuales/qu¡er a este feria viniere con sus/ mencadurias mando que vengan sal/vos y seguros e ninguno non sea/ osado de le facer fuerza ni tuerto/ ni mal a ellos ni a sus cosas dan/do sus derechos do lo ovieren/ de dar. Otros¡ tengo por bien/que aquellos que vinieren a la feria/ que no den portadgo y en Córdoba/ en los quince días que durare la/ feria y que vien en estas ferias/según que usan en las otras villas/ del mio Reyno en que facer/ ferias. E mando e defiendo que/ ninguno non sea osado de les ir /contra esto en ninguna manera/ que cualquier que lo fidese pechadme so pena de mil mrs. desta/ moneda nueva e demas al cuerpo/ y a cuanto que oviese me tornarian/por ello..."

La feria era franca y ello eximia del pago del portazgo, lo que se pagaba a la entrada de las ciudades, esto era muy interesantes para los agricultores que les permitía la entrada de sus productos sin un gravamen. Otra cosa eran los impuestos municipales que había que pagarlos. Estos impuestos variaban si eras natural o forastero cristiano o judío. Los traperos de la ciudad pagaban 10 maravedíes y 20 los forasteros, los especieros: 5 dineros los cristianos, y 15 los judíos. (un dinero era equivalente a 10 maravedíes). Como citamos en la entrada de la Puerta del Sol, y menciona D: Teodomiro Ramírez de Arellano, la franja de terreno entre la muralla de la Medina y la de la Axerquía desde la Puerta del Rincón hasta la Cruz de Rastro, era el lugar idóneo para la celebración de la feria, era un terreno baldío que empezaba a urbanizarse. 

Llegó a tal extremo el uso de la calle para los festejos que el ayuntamiento les cobrara a los vecinos de la calle de la Feria, Plazo del Potro, puerta del Rincón y Marmolejos (actual Capitulares), un maravedí en cada uno de ellos, ya que su negocio se incrementaba en estos días, así como los alquileres de balcones para ver los festejos. Como en todas las épocas, la presión fiscal siempre ha recaído en las clases trabajadoras, siendo más ligera en las poderosas, por la razón de que las leyes no las hacia la clase proletaria. Parece que por ello, los Reyes Católicos tomaron partida y adoptaron algunas medidas, por ejemplo y una que colaboró en la supervivencia de las ferias, fue la exención del pago del impuesto que gravava el conjunto de rentas, reales, monopolios y regalías cobradas sobre las importaciones de mercancías. Se llamaba este impuesto almoxarifazgo, y se cobraba por agentes reales llamados almojarifes. Esta exención se cita en la Real Provisión dictada por los reyes en 1494 (AMCO. C-198, doc, 2)

Real Provisión dictada por los Reyes Católicos en 1494

“(...) "ay en ella dos ferias la una en los primeros vevnte dias de la quaresma y la otra en los primeu veynte días de mayo asy que son todos/ quarenta días en los quales no se paga ni acostumbra pagar almoxarifazgo alguno de las mercaderías que en aquellos dias entran en esas dicha ciudad caso que no se pueda/ vender en el termino de los dichos quarenta días..."

(...) "e pedido por merced que mandasemos guardar la dicha costumbre inmemorial mandando que no demandasedes ningund derecho contra la dicha costumbre o como la nuestra merced fue-se/ por quanto al tiempo que nos mandamos faser el dicho alanzel no fue ny es nuestra voluntad ze perjudicar el derecho de la dicha çibdad ny quebrantar su privilegio ny el dicho alanzel ..."

La franja de terreno paralela a la muralla romana, la que se paraba la Medina de la Axerquía, en los primeros años de la conquista, se empezó a urbanizar por el lado de la Axerquía. La cercanía al río, al puente y como es lógico a los fértiles campos de la campiña, permitían, espontáneamente, en ese terreno los asuntos comerciales, el tráfico de mercancías. Ya  cita el Potro como lugar comercial, amplio, Miguel de Cervantes en su D. Quijote, cap. III:

“los Percheles de Málaga, Islas de Riarán, Compás de Sevilla, Azoguejo de Segovia, la Olivera de Valencia, Rondilla de Granada, Playa de Sanlúcar, Potro de Córdoba y las Ventillas de Toledo y otras diversas partes, donde había ejercitado la ligereza de sus pies, sutileza de sus manos, haciendo muchos tuertos, recuestando muchas viudas, deshaciendo algunas doncellas y engañando a algunos pupilos,”

Entre la Medina y la Axerquía pues, se fue configurando la calle de la Feria. Esta pertenecía a la collación de San Nicolás de la Axerquía. En ella se instalaron poyos y toda clase de gremios, en portales o tenderetes de quita y pon, que la hizo ser la zona comercial más importante de la Córdoba medieval. Razón por la que los cordobeses empezaron a llamarla de la Feria. Se extendía el mercado desde la de Marmolejos (actual Capitulares), la Corredera, Plaza del Potro hasta el Rastro. Como consecuencia también de la natural afluencia de ciudadanos, fue el lugar por excelencia para leerle a la población bandos y pregones, o disposiciones reales. La plaza Mayor (Corredera) era la usada por el municipio para sus festejos. Fiestas de toros y juegos de cañas, remedo lúdico de los torneos. Carreras entre cuadrillas que se lanceaban con las cañas y se protegían con escudos. Juego de nobles, que ganaba el que más lanceaba y menos era lanceado, y que también se realizaba en la calle de la Feria por su gran terreno disponible.

Calle de La Feria, años cincuenta del siglo XX

Sobre la calle de la Feria nos dice D. Tedodmiro Ramírez de Arellano, en sus Paseos: 

“Es tiempo de trasladarnos a la calle más ancha y larga de Córdoba, indudablemente la mejor si sus edificios presentasen otro aspecto: la de San Fernando, llamada así desde 1862, en que el Ayuntamiento la dedicó al conquistador de Córdoba. Pertenece a este barrio desde la fuente hasta la Cruz del Rastro, punto que por su extensión ha sido destinado para muchos festejos y no pocas ejecuciones. Llamábase antes calle de la Feria, título digno de conservarse y al cual los cordobeses aún no han renunciado.
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Hemos dicho que durante la dominación árabe no existían las calles que hoy recorremos desde la expresada Cruz del Rastro hasta la Puerta del Rincón. En todo este trayecto había un egido o dilatado campo que dejaba escueta la muralla de la ciudad alta o Almedina, cuyos adarves y torreones -que algunos suponen hechos por el pretor de la España Ulterior Marco Claudio Marcelo 167 años antes de la venida de Jesucristo- se prestaban a su defensa, y a cuyo pie se veían los fosos que llenaban las aguas que hoy surten muchas fuentes de la ciudad baja.
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Edificóse también por este tiempo el santuario de Nuestra Señora de Linares, y ansioso el Cabildo de su mayor culto, lo encargó a la numerosa cofradía del hospital de la Lámpara o del Amparo, formada por los calceteros, quienes principiaron a solemnizar sus fiestas, no sólo en el campo sino en la ciudad, formando en este sitio una feria que duraba los ocho días anteriores al de la Virgen de Linares, anunciada por una lucida cabalgata con clarines y chirimías que iba recorriendo toda la ciudad. De aquí nació el título de la calle de la Feria.
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Este mercado, las procesiones más solemnes que siempre han pasado por este sitio, los toros y cañas corridos en su parte más ancha y las ejecuciones que allí se han hecho dieron lugar a que las ventanas y ajimeces de sus casas fueran de gran interés y aun lucrativas por los arriendos que de ellas se hacían, excitando la codicia de los propietarios, quienes las multiplicaban, acabando por llenar de agujeros las fachadas, que presentaban un aspecto raro y hasta ridículo, como aún se ve en muchas. Escrituras hemos leído de arrendamientos en las cuales los dueños de las casas se reservaban las vistas, como entonces decían, dejando una a los inquilinos.
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Antes de esa construcción tuvieron aquellas casas otra forma aún más extraña e insegura. Sus fachadas tenían dos filas de balcones corridos de madera y sostenidos por una porción de pilarotes, equivalentes a una especie de soportales como los de la Corredera antigua; pero esto varió en 1551, en que la Ciudad acordó, según sus libros de cabildos, que se quitasen "los balcones corridos desde el Rastro viejo hasta la plaza del Salvador", que no puede ser más que esta calle, toda vez que el último Rastro estuvo en el Campo de la Verdad, a la bajada del puente, donde lo mandó poner en 1568 el corregidor don Francisco de Zapata.”

Repiques de campanas anunciaban el comienzo de las ferias. Muchos ciudadanos acudían a ellas comprando, curioseando entre tenderetes y puestos. Curtidores, plateros, traperos, pasteleros, zapateros, sederos, vendedores de especias, cordeleros de paño, carniceros, lana y lino, aceiteros, hortelanos, panaderos, polleros,... siendo de los más importantes el cordobán de cuero. También había tabernas ambulantes "mesones corsarios de venta de vino”. El gobierno de la ciudad tenía que ejercer su coercitividad para evitar que en las aglomeraciones, aprovechando el barullo las gentes de mal vivir quisieran aprovecharse de lo ajeno.

Ricardo de Montis nos regala una bonita visión, romántica, de la calle de la Feria, añorando ya su desaparición como lugar de encuentro de los cordobeses, cuando se desplazaba este lugar hacia otras latitudes, pero eso procedería una entrada exclusiva. Decía Montis:

"Fue en tiempos antiguos la vía principal de Córdoba y hoy es una de la más típicas de nuestra población, aunque la mayor parte de sus primitivas casas, llenas de balcones y ventanas como las de la plaza de la Corredera ha sido sustituida por edificaciones modernas, especial en la parte superior, próxima á la calle de la Librería. Una feria que la cofradía del Hospital del Amparo celebraba en este lugar le dio su nombre primitivo, sustituido por el de San Fernando en el año 1862.
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Coloso conmemorando la proclamación de Carlos IV, 1789.

Como estas notas son de historia contemporánea, nada hemos de decir de los actos y fiestas de que fue teatro la calle de la Feria en tiempos remotos, tales como proclamaciones de reyes, justas y torneos y corridas de toros y cañas; ni de las ejecuciones de reos verificadas en ella; ni del maravilloso decorado que ostentó en el año de 1636 con motivo de las funciones de desagravio al Santísimo Sacramento; ni aún siquiera de la figura colosal semejando un gigante de veinte varas de altura colocado cerca del templo de San Francisco para que por debajo de ella pasara la mascarada que recorrió esta ciudad en año 1789, al efectuarse la proclamación de Carlos IV.
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Las noches de los sábados tenían que renunciar sueño los moradores de aquellas casas, pequeñitas pero muy alegres, llenas de balcones y ventanas convertidas en jardines. ¡Cómo dormir oyendo las continuas serenatas conque músicos de profesión y aficionados obsequiaban a nuestras mujeres!
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¡Cuántas veces sorprendió el día á aquel popular y malogrado artista fundador del primitivo Centro filarmónico, sentado frente á su casa en unión de varios amigos y compañeros, tocando uno de esos originales pasodobles que encierran en sus notas el alma cordobesa!
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Hoy la calle de la Feria o de San Fernando no es ni una sombra de lo que fue; se ha quedado en un extremo de la población; el comercio ha huido de ella buscando el centro; tonelerías, cordonerías y demás industrias han desaparecido casi totalmente y ya no se verifican allí fiestas ni veladas tradicionales.”

Arco de la "España Libre" del General Franco, en la calle de la Feria, Cruz de Rastro

Como curiosidad, en el primer tercio del siglo XX, se celebró la victoria del fascismo (España es el único país del mundo donde no fue derrotado), con un arco triunfal al final de la calle de la Feria, en la Cruz de Rastro. Curioso arco de "libertad", con un fondo de cruz, que soportaron la mayoría de los ciudadanos cuatro décadas oficiales, más los residuos pseudo-oficiales hasta nuestros días.


Fotografías del Archivo Municipal de Córdoba
Bibliografía de R. Montis; T. Ramírez de Arellano y AMCO.

12 comentarios:

  1. Fresca y clara el agua de su fuente. Aromática nube de azahar en primavera. Sabores de vinos y frituras en sus tabernas. Piedras de murallas y arcos deslumbrando con el sol de levante,... y el sonido del autobús de línea...!

    Perdón. Se me ha ido la olla.

    La calle de la Feria seguirá siendo para siempre la calle de la Feria, aunque haya quien se empeñe en darle nombre de santo, o de rey. O de ponerle arcos triunfales que más parecen de derrota.

    Tengo entendido que en los años 50 hubo un proyecto para derribar las casas que se adosan a la muralla romana para hacer de la zona algo parecido a lo de la muralla del Alcázar Viejo, pero que al final no salió adelante. Quizás no habría sido tan mala idea. A veces, cuando paso por allí, me lo imagino, y me lo imagino bonito.

    Hermosa semblanza de esta calle. Enhorabuena.

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  2. ¡Leche! José Manuel que párrafo te ha salido, y los que conocemos de que va sabemos que está perfectamente descrito el lugar.
    Yo siempre la lamo así, me da igual el nombre que le pongan. De ese proyecto no se nada, pero obviando lo que hubiese costado el asunto, te lo imaginas ahora y la verdad es que no deja de ser bonito, pero habría que incluir el templo en toda su magnitud para rizar el rizo.
    Gracias un abrazo.

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  3. Se me olvidaba José Manuel, pero al mencionar el autobús de línea me he acordado. Del 69 al 73 aprox., fui cobrador de autobús de la empresa de Córdoba (entonces aún no estaba municipalizada), el material era pésimo, una vez bajando la calle de la Feria a la altura de la Ermita de la Aurora, casi a la mitad, vimos como rodaba delante una rueda de nuestro vehículo. Claro lógicamente se paró al momento, no tenían la suspensión de Citroën. Eso fue cuando aún estaba caliente el accidente de la ribera. Ya te puedes imaginar, cuando estaba en esa línea no respiraba hasta girar para el paseo de la Ribera. Otras veces nos quedábamos sin frenos, y yo lo notaba enseguida al no tener aire en el calderín para las puertas, y no había más problemas gracias a la pericia de los conductores.
    Saludos.

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  4. Aunque yo no era "nadie" todavía en aquella época, sí que recuerdo haber ido con mis padres en el autobús, bajando la calle de la Feria, dirección Ribera para ir a la Calle Mucho Trigo después, murmurar "por lo bajini" a mis padres lo del autobús aquel que se fue al Betis, y sentir su estremecimiento. Aquella tragedia supuso, así lo pienso, una especie de trauma para todos los cordobeses. Cuando me lo contaron, ya de más mayorcito (o de menos pequeñín) comprendí aquella desazón que sentían mis padres cuando, bajando por la calle, pasábamos por delante del Portillo y nos acercábamos a la Cruz del Rastro.

    Si además me cuentas tú lo de la rueda que se le salió al autobús en esa misma calle, presumo que aquello debió ser escalofriante para los usuarios, conductor y cobrador.

    Por cierto, Paco: ¡La próxima!

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  5. Aquello fue de esos acontecimientos que, en una ciudad de provincias, en la que afortunadamente no pasaba nunca nada, impactó de lleno. Rara era la familia que no tenía un conocido o amigo entre las victimas.
    http://notascordobesas.blogspot.com.es/2011/09/accidente-de-un-autobus-urbano-de.html
    Un abrazo.

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  6. ¡Dios mío, qué yuyu lo del último arquito! Y, sí, se llamará siempre calle de la Feria, nombre más bonito donde los haya, lo mismo que la calle en sí, con todo el atractivo que tenía en los años cincuenta y sesenta su último tramo, el más próximo a la Cruz del Rastro. Y hablando de los autobuses de la época, por los años que citas yo cogía todas las tardes el que iba al Brillante. Era una viejísima tartana que conducía un señor mayor, gordo y colorado, que el pobre sudaba más que el propio autobús para meter las marchas. A partir del Viaducto, no pasaba de segunda. Y la que armaba el cacharro para echar andar después de una parada. En fin, que hables de lo que hables tus entrada siempre nos traen recuerdos. ¡Que tiempos! Creo recordar que lo de esa rueda tuvo támbién su fama. Al menos, si la memoria no me falla, se comentó en mi casa como lo que faltaba para que se repitiera el accidente del río. No sé.

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  8. Desde luego se las trae lo del arco del triunfo, pero son así los dirigentes, y porqué no el pueblo que los secunda. Claro hay que tener en cuenta el terror de ese tiempo, aunque llenaron los españoles la Plaza de Oriente con el general y poco después con el Sr. González. Yo también me quedo con el nombre, y creo que si lo mencionamos será difícil que se le cambie el nombre. Yo trabajé mucho en esa línea, la siete, tenía siete horas y yo no hacia horas extraordinarias. Algunos viajes acababa en la Arruzafa para subir al personal. Normalmente paraba en la venta del Brillante, antes de Vargas, frente al hotel donde daba la vuelta. Conocíamos a todos los pasajeros habituales. Todos los viajes se subía una ciega vendedora de cupones a mediados del recorrido para venderle a un pasajero habitual la sábana como lo llamaban. Posiblemente el Sr. conductor a que te refieres, por lo menos de mi turno era un tal Castilla, con un cierto aire a Cela, incluso en el carácter. en el otro turno era “Tirones Power” (por su forma de conducir a saltos, a lo mejor era culpa del embrague). El primero pensaba que poner el intermitente para salir de la parada le daba derecho a salir y raro era el día que otro autobús de colegio o vehículo no lo ponía como un trapo por la maniobra. Pero él en sus trece, tenía su código particular. Y posiblemente dio que hablar aquel desperfecto, pero para nosotros era a diario. Un abrazo Rafael.

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  9. Yo estuve cogiendo esa línea del 65 al 68, por la tarde. Subía todos los días porque entonces daba clases particulares a niños de aquella zona, gracias a mi querida tía, la que tú ya sabes. Acababa de terminar en la Universidad Laboral. Muchas tardes, sobre todo en verano, subía al lado del conductor, porque el autobús iba prácticamente vacío. Y viendo lo que pasaba aquel hombre, el esfuerzo que hacía para meter las marchas, los resoplidos del motor, siempre me decía que yo jamás sería capaz de conducir un automóvil, que aquello era demasiado difícil. ¡Qué cosas! Tres años después me saqué el carnet de conducir. Y hasta hoy.

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  10. Yo empecé después en el 69. Es cierto siempre iba con poco personal, se daba el caso muchas mañanas en el primer viaje que en la parada de la Huerta de la Reina, contabas los pasajeros y a lo mejor veías que faltaba una persona Antonia (del personal de la Arruzafa), y la esperábamos era una familiaridad muy sui generis, de pueblo pequeño o de costumbre. Mi hijo mayor tiene 37 años y no tiene carnet de conducir, mi nuera sí.

    Un abrazo.

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  11. Enhorabuena por esta magistral entrada amigo Paco. Me ha encantado, y muy bien documentada. Imagino aquellas ferias medievales y como hortelanos y agricultores de La Campiña llevarían sus productos hasta la capital con gran ilusión..., seguro que habría entre ellos algún montalbeño llevaría ricos melones. Lo del Coloso de Rodas ya lo había leído, ¿pero llego a estar colocada dicha estatua o sólo fue un proyecto?. Un saludo amigo y mi más sincera enhorabuena por esta estupenda entrada.

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  12. Muchas gracias querido amigo Andrés, estoy completamente seguro que algún noble hortelano (y no me refiero con lo de noble a aristocrático)de la ciudad de Montalbán traería sus ricos productos hortícolas a la ciudad, como lo han hecho siempre, no me cabe la menor duda. Desde la época de los romanos la fértil campiña cordobesa ha dado sus frutos. Es verdad que las plusvalías o se iban a Roma o a la cartera de algún terrateniente, de la época que fuese, pero de que que en los mercados cordobeses estaban. Lo del coloso no lo sé, estas cosas como son efímeras, de quita y pon, como las cruces de mayo, a lo mejor lo hicieron y luego a la basura después del peloteo real.
    Un abrazo Andrés.

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