domingo, 19 de julio de 2009

LOS "ESPETAORES"


-¡Pepe, no seas “espetaor”! -decía la Loles a su marido.

¿Qué será ser “espetaor”? –me pregunté.

Mi padre sólo estaba mirando por la ventana del piso, pero con el visillo entreabierto, como para que no lo vieran. En la ventana del piso de enfrente, cruzando la calle, luego estaba lejano, por los calores de nuestros veranos, estaba algo más fresca de lo normal la vecina, aliviada totalmente del luto, que a pleno sol tenía que ser un verdadero castigo. Medias tupidas negras, vestido negro y mangas largas, y alguna vez también velo negro. Vamos como tener a Bernarda Alba de vecina. Y por esos silicios, por la ausencia de sol, su piel estaba tan blanca como la de la hermana de D. Enrique Barranco, la "pila eléctrica" de la mezquita. Eso es lo que miraba mi padre.

Luego después con el tiempo, una vez olvidado aquello, con algunos años más descubrí que el “espetaor” cordobés era algo similar al voyeur (*) francés.

La dictadura franquista, y en su nombre la moral nacionalcatolicista, que hacía perder la vista a quien saboreara los placeres onanistas –por emplear un término acorde con lo clerical-, pero lo que ocurría de verdad es que verdaderamente se quedaban ciegos, es decir traspuestos, vamos sin vista –ambos sexos desde luego-. La Iglesia, por lo tanto, reprimía religiosamente, nunca mejor expresado, determinadas actitudes que la psiquiatría vallejonajeriana condenaba civilmente. Bien es cierto que, nadie debe entrometerse en la intimidad de nadie, pero por otra parte ante semejante ayuno visual y del otro, podrían disculparse determinadas prácticas que para ser magnánimos consideraremos simplemente curiosas.

Afortunadamente en nuestros tiempos, ya no hay que hacer grandes colas en el cine Iris para visualizar un documental que hoy se puede proyectar en un guardería, “Helga el milagro de la vida”, un documental científico en el que una señora salía desnuda de una bañera, durante unos segundos, y se le veía perfectamente la oscura, o rubia, no recuerdo si era nórdica, uve púbica. Tampoco hay que mirar de reojo las barajas de cartas que traían los emigrantes de Alemania, Suiza y Francia, cuyas figuras eran señoras de buen ver en “top less”, por si estaba el censor detrás o el guardía. Esta cuestión es como el aborto, aborta la que tiene necesidad de ello, pues no tiene que ser un plato de buen gusto para una mujer. Se divorcia la que no tiene más remedio para no aguantar un pelmazo, o algo más, toda la vida o viceversa. Igual pasó con las salas X, pusieron el grito en el cielo de que eran una inmoralidad y que había que cerrarlas y al final la costumbre las cerró. Cuando la libertad impera cada uno coge lo que le interesa, y nadie se emborracha por gusto, porque las resacas tiene tela.

En esa Córdoba de represión en todas las facetas y mucho más en la sexual, existían los “espetaores”. Mi buen amigo Luís Melgar, hizo un trabajo interesante sobre ellos. Cuenta en una anécdota para comenzar, referida a la cafetería Dunia, que estaba situada en el Gran Capitán, en el tramo entre Góngora y Conde Robledo. Aperturista establecimiento, donde empezaron a exhibirse en su terraza, generosamente, piernas femeninas interminables a lo Marlene Dietrich, que obligaba pasar y repasar por delante de ellas a toda una corte de disimulados mirones, espetaores. Luego por las noches estos mismos mirones, se sentaban en la citada terraza para espetar las ventanas del Hotel Simón, ubicado en lo que después fue el Banco de Bilbao. Todavía no se había inventado el aire acondicionado, y los calores veraniegos obligaban a dormir con las ventanas abiertas a los incipientes turistas que nos visitaban -eso del turista un millón, ni pensarlo-, y desde la cafetería se veía casi toda la habitación.

Continúa detallando una graciosa anécdota, que puntualiza poder no ser cierta, en la que un mendigo que pedía limosna, iba todos los días por la citada terraza, y así mataba dos pájaros de un tiro, la propina y “ponerse moráo>” -otra expresión como la de “quedarse ciego” de antes-. El Sr. mendigo se extasió de tal manera ante unas largas y bellas piernas femeninas, que habían sobrepasado algo el límite normal de enseñe, que en tono suplicatorio le dijo:

-¡Señorita! ¡Señorita! ¡Déjeme usted que le eche un polvo que no tengo padre ni madre!

Jardín de San Andrés

El “meeting”, o lugar de encuentro habitual de los “espetaores” cordobeses, fue el jardín de S. Andrés, sitio donde se intercambiaban experiencias e información. Muchos iban por allí con la esperanza de ver si alguno decía donde plantaba su observatorio para espetar y podía coger algo. Eran jóvenes, viejos, y de variado estatus. Algunos, comenta Luís, saber sus nombres, pero no los dice por respeto, porque después de esa faceta juvenil se convirtieron en respetables “cabezas de familia”, lo que no sabemos ni dice si curados totalmente. Porque los “vallejonajerianos” de la época, seguro curarían eso, como los psicólogos de la COPE curan ahora la homosexualidad.

Estos individuos –siempre varones-, dominados por su obsesión -curiosidad dijimos al principio para suavizar-, les daba igual que el espeto estuviera en cualquier barrio de la ciudad, con tal de satisfacer su necesidad. De igual forma daba lo mismo la hora.

Cuenta que un funcionario municipal cuando llegaba a la oficina, por mucho esfuerzo que hacía se quedaba durmiendo. Su jefe le recriminaba su postura y él le contestaba:

– ¡Si es que con estos calores no puedo dormir por la noche!

- ¡Pues se compra usted un pay-pay!

Este funcionario tenía dos espetos uno por la noche en San Lorenzo, donde veía acostarse a una señora de banderas, y otro de una señora que trabajaba en la fábrica de la porcelana, vivía en las Margaritas y se levantaba a las seis, y claro eso significaba toda la noche en danza.

Un individuo Luís le llama, por llamarlo supongo de alguna manera, Manuel-, que era habitual de las reuniones “informativas” de S. Andrés, se iba a una determinada hora porque tenía un espeto en la calle Marroquíes. A esa hora iba a espiar a una joven que terminaba su trabajo en el centro. Manuel tenía controlado el horario y no faltaba ningún día salvo cuando ella descansaba. La chica a sabiendas de lo que podía ocurrir tomaba todas las precauciones propias, no encender la luz para que no se viera desde fuera, bajar la esterilla, etc. El profesional con una varilla que llevaba levantaba con sumo cuidado la persiana, para ver… -nada, porque normalmente siempre había algo que se lo impedía-, en el corto momento de acostarse, pero el fracaso siempre le daba arrestos para ver si al día siguiente podía caer algo.

Continúa en su excelente trabajo Luís, diciendo que el citado tenía fama de reservado. Otro de los contertulios comentó un día, a la falta a lista varios días consecutivos del susodicho, que lo había visto trabajando, seguramente para Estudios Herreros pegando propaganda, pues llevaba un cubo en la mano, una escalera y un rollo de carteles. Pasado un tiempo cuando de nuevo se presentó en la tertulia, le preguntaron que si había dejado la cartelería y este respondió:

- ¡Qué cartelería!, lo que pasa es que tengo un espeto con una chiquita de Telefónica que vive en el Alcázar Viejo, en una casa de dos plantas, y que da su ventana a una parilla, y por esa razón no toma precauciones y se desnuda tranquilamente, entonces pensé… pues una escalera…

- ¿Y los carteles y el cubo para qué? -le preguntaron otra vez.

-“Pa” el despiste por si algún esaborío me veía. Pero se ha acabado el chollo pues le ha “dao” el Obispo una casa en el barrio que están haciendo en el Campo de la Verdad.

Hay otros casos curiosos. Otros personajes iban un día, por la noche, a la cacería de lo que saliera, y vieron una ventana que tenía encendida una luz pobre, con la persiana totalmente levantada, y le dijo uno al otro:

-Si me aúpas podré llegar a “guindar” algo. –el otro lo aupó y éste se bajó inmediatamente, nervioso.

-¿Qué? ¿Qué has visto? -le dijo el primero.

-¿Qué de qué? ¡En la habitación hay un muerto! ¡Es un velatorio! -y corrieron que se las pelaban.

Otros elementos, comentando sus correrías le preguntaron a uno:

–Oye a ti ¿cómo te va?

-A mi bien, pero muchas veces no trinco “na”, aunque como llevo esta gomita, me pongo “morao” –le contestó.

- ¿”Morao” de qué? –dijo el otro. – ¿Pero no espetas? ¿Para qué la gomita?

-Si espeto, pero a falta de pan… me puse “morao” de gazpacho fresquito que estaba en la ventana. ¡Pero fresquito que estaba!

Claro en esa época los ciudadanos a que nos referimos y los barrios en cuestión que frecuentaban los “prendas” que nos ocupan, al no disponer de neveras, los sobrantes de la cena, si alguien tenía la suerte de que sobrara algo, quedaban en la ventana para aprovechar el fresco de la noche.

Para terminar, y no hacer muy larga ni pesada esta exposición, ya que habría para muchas páginas de anécdotas, expondremos una que ocurrió en la calle de los Huevos, en una ventana de las primeras casas entrando por Almonas, cuando un profesional de los que nos ocupan, se subió a un balcón para espetar mejor a un matrimonio joven que allí vivía y que dormían ligeros de equipaje. A pesar de no haber apenas luz, salvo la que proyectaba el farol de enfrente, éste profesional se entusiasmo de tal manera que alargo el brazo para apartar la cortina que le estorbaba, cuando en ese momento una mano se lo agarró fuertemente. Intentó zafarse del agarre, pero el que lo sujetaba era más fuerte que él. Pensó de todo.

-Ahora vienen los municipales y me llevan, y vaya escándalo. Se enterarán en el trabajo… Mi mujer… -pero cuál fue su sorpresa cuando sonó una voz recia que dijo:

-¡María, tráete el “jacha”!

El pánico. La jindama. El terror que le entró por el cuerpo, hizo que le aumentará la adrenalina hasta el extremo sacar de donde no había, pegar un fuerte tirón y zafarse del agarre. Cayó al suelo y todavía podía estar corriendo por el Campo Madre de Díos, pues los callejones de Santa Inés, y la Magdalena ni los vio siquiera. A partir de aquel desdichado incidente dejó de espetar, es decir fue una excelente terapia de choque, que podíamos comunicar a la doctora de la COPE que cura la homosexualidad, para que la tenga en cuenta.

Pienso que seguramente, como somos muy dados a recortar las palabras, la original sería espectadores y quedó reducida después del recorte, en el argot popular, a la que titula este post.

Mi amigo Luís Melgar Reina, hizo una extensa tesis doctoral de los “espetaores” cordobeses, como de otros muchos temas que tocó. No me queda sino, desde aquí, homenajearle póstumamente, por el excelente trabajo realizado, que ha facilitado el mío, aunque el mérito es totalmente suyo. Darle las gracias por haberme permitido hablar con él de estas cosas, por haber aceptado sugerencias mías que aparcó para otro trabajo que tenía en cartera, y que seguramente habrá publicado, en ese olimpo de cordobeses ilustres en el que estará.

Me queda un triste recuerdo de la última vez que lo vi. Estaba en mi barrio participando en un acto ciudadano y se sintió mal. Creo recordar que dije, ante la evidencia de lo que estaba viendo, los síntomas son característicos de una trombosis cerebral –soy un vulgar aficionado a la medicina-, y efectivamente eso creo que fue lo que se lo llevó un tiempo después. Podía haberme equivocado, podía haber pensado que era una pequeña indisposición, una indigestión, una bajada de tensión, pero como decían nuestros paisanos cordobeses, del periodo comprendido entre el 711 y el 1200 y pico, antes de la llegada de Fernando, estaba escrito.

(*)(voyeur. (Voz fr.). 1. com. Persona que disfruta contemplando actitudes íntimas o eróticas de otras personas.) Poner esta explicación es una chorrada, pero queda bien.
Fotografía del autor
Bibliografía del libro de Luis Melgar

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